Reto 5. Un día infernal (3)


La noche del 31 a 1 de noviembre me fui a la "cama" pronto. Estaba cansado, más que nada por el tipo de comida que llevaba y por la falta de cantimplora, lo que me obligaba a beber allí donde encontraba agua, casi siempre en grifos exteriores de las viviendas, ya que no encontré fuentes en un tramo de unos 50 Km, exceptuando en el centro de Vilalba.
Entrada la noche me aparté de la carretera a eso de las nueve. Un eucaliptal fue el lugar mejor que encontré, a falta de un buen pinar o un bosque de hoja caduca.  La maleza estaba recien cortada, pero aún quedaban pequeños tojos punzantes, así que tuve que buscar el lugar apropiado para no pinchar la capa impermeable del saco-capelina.
Desde hace tiempo duermo en el campo sin esterilla (Reto 10), así que no me preocupaba demasiado tirarme en el suelo sin ningún tipo de aislante. Si estás bastante cansado no necesitas demasiado colchón para dormir como un angelito.
No le tenía miedo al suelo, sino al agua que amenazaba y que seguro traspasaría la cremellera y sus costuras.
Antes de que comenzara a llover me desperté muy asustado creyendo que alguien me golpeaba desde el exterior mientras otro ataba  con una cuerda la entrada superior del saco, impidiéndo defenderme, salir o incluso respirar.
Esa pesadilla se ha repetido más de una vez. No le tengo miedo al lobo o al jabalí, pero sí a los humanos que te pillan desprevenido, a un par de locos, borrachos, o racistas asesinos de indigentes.
Bueno, el caso es que me relajé de  nuevo y al poco comenzó a llover. 
La manta impermeable hubiera funcionado de maravilla  si se hubiera construído sin cremellera alguna, únicamente con dos fuelles, uno en la cabeza, y otro en los pies... un simple tubo que fuera más amplio, a lo largo y a lo ancho.
Pero los sacos básicos rectangulares, con lo que he construído la capa "manta", tienen solo 70 centímetros de anchura, medida insuficiente para girar cómodamente en su interior.

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