Viaje a los infiernos

Siempre he deseado comerme un gran bollo hecho de harina de bellotas, las que nunca han catado los cerditos de la fábrica de los Danuttts. Esa fábrica amarilla con puertas estrechas dónde únicamente entran varias veces al día huevos condensados y unas pocas fichas amarillas. Sí, fichas amarillas con siete números y cuatro fotos de presidentes norteamericanos.Allá vamos todos con nuestras fundas herméticas de plástico. A lo más profundo de la cochina existencia. Nos tendremos que poner también las gafas, bien ceñidas para que la mierda no se nos meta en los ojos.No sé exactamente cuántos días pasé en aquel bosque formado por miles y miles de esbeltas piernas de mujeres plantadas a la altura del tobillo.Pero sigamos con la fábrica y los cerditos.
Una noche logré colarme por una puerta estrecha que estaba entreabierta. Había muy poca luz en el largo pasillo que desembocaba directamente en una olla gigantesca. La masa era de lo más horripilante. Cabezas de rinoceronte, cuellos de jirafa en rodajas, miel de la Granja de San Calixto, truchas voladoras, uñas de dedos humanos, ciempiés, tomates, acelgas, verduras de todas las clases, ramilletes de rosas, canela, plumas de sauce, amapolas, palomas, hormigas, ratones, miles de avellanas peladas y arañas. Todo ello hirviendo y humeando; y las cabezas aún vivas de los rinocerontes y de las arañas, mordiéndose y tosiendo al entrarles por la garganta todo aquel revuelto.Salí de allí horrorizado y vomitando. Pero, en la mitad del pasillo, se abrió una puerta lateral y apareció el cocinero con un enorme garrote y el cuchillo.Un ser verdaderamente feo y maloliente. El encargado de guardar la fórmula secreta de los Danuttts. Y yo había estado fisgando. Tenía los ojos inyectados de savia amarilla y los dedos de las manos enlazados con una telilla para remover mejor el asqueroso contenido que hervía en la marmita. No se quemaba porque pertenecía a la sexta generación de cocineros y estaba adaptado.Soltó el garrote y me cogió del cuello sin apretar demasiado. Después me levantó del suelo lentamente con la espalda pegada a la pared quedando suspendido de la mandíbula. Le olía la boca a una mezcla de ajo, nicotina y eucalipto; se ve que fumaba el tío y, tras la última cruzada televisiva, le daba vergüenza y quería ocultar el vicio. Y se bababa encima echando una especie de naranjada que a veces salía medio azulada mientras me tenía el cuchillo puesto en el cuello a un milímetro. En fin, que me estaba poniendo hecho una mierda.
-¿Qué has visto?
-Cabezas de rinoceronte, cuellos de jirafa en rodajas, miel de la Granja...
-¿Y qué más?
-Truchas voladoras, uñas de dedos humanos, ciempiés...
-Continúa.
-Ramilletes de rosas, canela, plumas de sauce...
-Sigue.
-Ratones y miles de avellanas peladas y arañas.
-Entonces conoces la fórmula secreta de los Danuttts.
-Si señor, me la sé. Pero también sé donde está el bosque de miles y miles de esbeltas piernas de mujer. Si me dejas escapar te lo diré.
Al decirle aquello se le relajaron los esfínteres y, poco a poco, abrió la mano y me dejó caer. Se le pusieron los ojos inflados como globos y la baba paró de ser anaranjada y azulada para convertirse en la gelatina más repugnante que uno pueda imaginar.
-Del bosque de esbeltas piernas de mujeres, ya hablaremos.
Yo sabía perfectamente que no había logrado desviar su atención, independientemente de haber desatado instintos primarios del monstruo, a juzgar por sus reacciones bioquímicas.
-¿Viste o no los cerditos?
-¿Qué cerditos?
-No te hagas el tonto. Ayer hablaste de la fábrica de Danuttts y de los cerditos, o es que ya no te acuerdas.
-No he visto cerditos por ninguna parte. Simplemente los mencioné porque creo que si hay una fábrica que fabrique porquerías, también tendrá que haber cerditos para consumirlas. Aunque primero hay que enseñarles a comer, hay que engancharlos o “bezalos”, como se dice en mi querida tierra manchega llena de gigantes. Y no hay mejor máquina “bezacochos” que la televisión, el “maseiro” perfecto donde, una a una, han acabado comiendo y sorbiendo muchas tribus hasta quedar totalmente estiradas. Primero nos echaron en la cuadra cosas más o menos útiles que tenían alguna función (comida, ropa, calzado...); después empezaron a buscarle los tres pies al gato (cepillos de dientes eléctricos, coches llenos de cámaras, tractores que andan solos, móviles...); y, finalmente, se dieron cuenta que lo importante era el gato, y que, con tanto “progreso”, cada vez estábamos más estresados y solos, así que comenzaron a ofrecer o fabricar:comidas y calzoncillos con bragueta para perros,clínicas de la tercera edad para iguanas,tiendas de cosmética para peces ecuatoriales que nadan en peceras cuadradas climatizadas e insonorizadas contra la movida nocturna que ya empieza los miércoles por la tarde,casas de citas para pájaros,parques de atracciones con montañas rusas para hámsteres previo pago de un abono mensual domiciliado,agencias matrimoniales para buscarle pareja a los caimanes,clínicas para castrar toda clase de bichitos,restaurantes caros para degustar pinturas en el plato y un sinfín de copas con espumas volátiles; y también, para diferenciarnos de la chusma, coches de alta gama y todoterrenos caros.
Llegado a este punto, el monstruo me hizo callar y me reprochó que el día anterior yo había dicho:“Para mí ya no tienen ningún sentido las historias creíbles, ni las banderas, ni las grandes ideas”.Vamos, que tarde o temprano tendré que hacer un viaje a través del enigmático bosque de miles y miles de esbeltas piernas de mujeres.

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