El Quince. La noche más larga de mi vida (7)


Desenterrando las pertenencias una vez localizadas con el GPS


El día 16 de de mayo de 2013, a las 23 horas aproximadamente, decidí meterme en el saco ligero  de verano y aguantar la noche como pudiera hasta las seis de la mañana. 
Me encontraba solo a 300 metros de la cima de la sexta cumbre, La Serrota, en la provincia de Ávila, a tan solo 300 metros de un pequeño chozo que me hubiera permitido dormir caliente y seco, y, por tanto, continuar la travesía al día siguiente.
Todo fue bastante bien hasta que me tuve que levantar para orinar. Hasta ese momento no paré de tiritar y gracias a ello logré mantener la temperatura corporal. Sin embargo, sabía que al salir del saco las cosas cambiarían. Sería suficiente un solo minuto fuera para que el saco y la ropa que llevaba puesta se mojaran totalmente en medio de la ventisca.
También podía mearme encima, pensé. Pero, finalmente, lo descarté. Más que nada porque, al final, la orina también acabaría enfriándose y a ello habría que sumar el mal olor.
Después de orinar, me volví a meter en el saco.
Empecé a tiritar de nuevo.
Ahora sí que estaba todo empapado. El calor desprendido por mi cuerpo hacía que se derritiera parte de la nieve que me iba cubriendo.
Sabía que no me moriría y que aguantaría hasta que volviera a amanecer, pero tenía miedo al comprobar que no era capaz de controlar los temblores, cada vez más intensos y prolongados.
No tenía cobertura telefónica pero el SPOT seguía parpadeando, lo cual me proporcionaba cierta tranquilidad. Con solo apretar uno de los botones, la señal emitida llegaría a los servicios de emergencia, que podrían llegar al cabo de seis horas en el mejor de los casos.
Durante la noche, logré reunir mis pertenencias más importantes y meterlas en una bolsa de plástico: cartera con dinero y documentación, GPS, SPOT... para salir pitando a las seis de la mañana dejando el resto del material abandonado.
Y llegó esa hora.
Aún estaba muy oscuro y seguía la ventisca de nieve.
Nada más salir del saco se comenzaron a helar los dedos de las manos.
Las zapatillas estaban totalmente congeladas y mis pies no cabían en ellas, así que decidí sacar los dos pares de plantillas para poder calzarme.
Allí se quedó todo; el saco, la mochila, la esterilla, la comida, algo de ropa...
Al llegar a Casas del Puerto, comencé a despertar y a pensar de nuevo:
-"Deberías volver a por las cosas".
-"Podrías reorganizarte y seguir con la aventura". 
-"Podrías comprar lo esencial en Ávila".
Pero me marché a  mi casa y al cabo de unos días volví para recuperar el material. Pude localizarlo debajo de la nieve gracias al GPS, que durmió conmigo toda la noche y marcó el punto exacto del vivac con un margen de error de pocos centímetros.
Reorganizarme de nuevo supondría perder un día completo y tener que aumentar la media diaria a unos 80 Km, cosa bastante difícil sin ayuda externa y por terreno de montaña en una travesía de 1.000 Km totales.
Llevaba 420 y no me fallaban las fuerzas hasta el momento. De hecho, la subida a Serrota había sido muy rápida y me había permitido el lujo de atajar por el medio del monte afrontando fuerte pendiente por el medio de los piornos.



Comentarios

Unknown ha dicho que…
una retirada a tiempo es una victoria...a pensar ya en la proxima!!
Suso ha dicho que…
Las borrascas tardías han sido muy potentes este año.

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