Once. En la boca de El Lobo (4).



Era la octava cumbre y, en teoría, no debía darme muchos problemas la ascensión.
El Lobo dormía tranquilo. No hacía demasiado frío y tampoco soplaba el viento, por lo menos abajo, en La Pinilla, cerrada por falta de nieve.
La luna estaba casi llena. Todo perfecto. Solo tendría que limitarme a subir, a dejar que fuera pasando el tiempo.
Antes de comenzar la empinada cuesta que se perdía en el pinar, decidí que las dos únicas pilas que me quedaban irían puestas en el SPOT, y no en la linterna frontal, para mayor seguridad y, de paso, para dejar constancia de la cumbre.
A la cima de El Lobo sube una pequeña autopista, bien señalizada, sin pérdida; un sendero que si se toma bien en los últimos chalets, nos lleva hasta la cima. 
Pero yo entré en el pinar demasiado a la derecha, y cada vez me desvié más hacia esa mano esperando llegar tarde o temprano al sendero... que, realmente, iba por la izquierda.
Los rayos de la luna conseguían atravesar las copas de los pinos. Llegué a un arroyo y comprendí que estaba perdido, más que nada porque llevaba media hora ascendiendo y no había rastro del sendero.
Seguí ascendiendo hasta que se terminó el pinar y apareció la selva autóctona que me llegaba hasta la cintura y fue entonces cuando comprendí que debía rectificar todo a la izquierda, continuando por la arista tupida de maleza y flanqueando la ladera de la montaña hasta encontrar la "autopista".
Pero la montaña no me lo puso fácil. Primero la uces y la retama, a las que me agarrraba fuerte para poder ascender bajo la luna. Después, las placas de nieve dura y hielo me impedieron avanzar, todo ello sin la ayuda de la linterna frontal.
Un largo flanqueo a la izquierda me llevó finalmente al sendero que remata en el collado cimero. Pero ahí aparecieron nuevos problemas. Las placas de hielo impedían llegar hasta la cima, a menos que fuera buscando sus extremos, las piedras, las pequeñas zonas de hierba, la nieve helada adunada, en la que la bota siempre agarra algo más que sobre el hielo.
Debía andar con mucho cuidado y evitar un resbalón, y no acercarme demasiado al abismo de las pistas.

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