Anfibia Fragas do Eume



5 horas del día 28 de octubre de 2017. 
Como suele ocurrir en la mayoría de los casos, se retrasa la salida media hora debido a un problema surgido con el montaje de las palas-transportín en la bicicleta de Alberto Davila, un amigo en muy buena forma que ha decidido convertirse en cómplice de algunas de mis locas aventuras desde hace un par de años.


Una vez colocada la embarcación hinchable de doce kilos sobre las palas, iniciamos la travesía anfibia.
Ya en Betanzos, tras recorrer un par de kilómetros, surge un nuevo problema: la tija de mi bicicleta afloja y no hemos traído la llave. Al final solucionamos la papeleta con una tira de goma que llevábamos para asegurar las bicis sobre el kayak.


Al amanecer, la niebla deja paso poco a poco al sol. Mientras ello ocurre, yo sigo recibiendo la señal GPS con la antena en V típica de los electrodomésticos que reinaron en tiempos ya pasados.


Nos vamos acercando al punto más elevado de la travesía. Yo no puedo con el alma. Hace más de un año que no duermo en condiciones y casi un siglo que no me subo a una bici para realizar más de cinco kilómetros.


Alberto, en cambio, está en su salsa. De vez en cuando se marca un "caballito" para hundirme aún más en la miseria. Su forma física es formidable, y no me extraña que tenga como objetivo ganar una etapa de una famosa carrera en el desierto africano.


650 metros, punto más alto de la travesía. Ahora sólo consiste en llanear y bajar al agua, concretamente al único embarcadero recreativo que existe en el embalse.


La última bajada es una gozada: se terminó el martirio de los 46 kilómetros, el día es espléndido, no hace frío ni calor, nos espera el agua... 


Desmontamos las ruedas delanteras de las bicis  y nos preparamos para navegar. Yo tengo serías dudas de que lleguemos a buen puerto, pues nunca he probado la embarcación con dos tripulantes
y sus respectivas bicis de montaña.


¿Funcionará la cosa?
Dudo, lo cual significa que existo y que existe también la aventura. Así que, a palear.


Alberto en la tracción trasera, haciendo todas las fotos y los autorretratos.


Yo, en la proa, con poco espacio para palear por no haber colocado la bici  en el lugar adecuado, un par de palmos más adelante.


A media travesía nos damos cuenta de que tenemos un pinchazo. Posiblemente durante el trayecto en bici un roce lo ha ocasionado. O salí con él ya de casa.


Parche rápido en una isla de tan solo dos metros cuadrados. El agua está casi templada e invita al baño.


A veces el viento nos juega una mala pasada. Es lo que tienen los hinchables, siempre más difíciles de gobernar.


Tiburones de piedra con sus aletas dorsales cada vez más grandes a medida que aumenta la sequía.


La embarcación mantiene una excelente flotabilidad y podría cargar con mucho más peso en una actividad de varios días en autosuficiencia, incluso en invierno.


En esta ocasión cargó con cerca de 170 kilos, pero es factible navegar de forma segura con 200, aunque sin oleaje, ya que no dispone de cubrebañera y el agua la lastraría mucho más.


El cerne del roble y el castaño resisten... tanto casi como los huesos.


Abajo, Alberto y el viento haciéndole rizos al agua.


Es hora de volver a pedalear con las bicis.
¡Viva la anfibia libertad!


Una de las primeras curvas hormigonadas en la bajada al Monasterio de Caaveiro.


Fragas do Eume.


Alberto con la embarcación atravesada. Dice que así desequilibra menos. ¡Podría transportar un hipopótamo sin problema!


Monasterio de Caaveiro.


Cuenta la leyenda que San Rosendo tiró su anillo al río...


... y apareció siete años después en los intestinos de un salmón.
El resto no lo cuento.


Final de la travesía bajo el puente de O Pedrido. 12 horas y casi 100 kilómetros.

Enlace wikiloc

Lo ideal sería realizar el tramo Pontedeume-O Pedrido en kayak, como estaba previsto, pero había que regresar a casa por cuestiones familiares, así que otra vez será.



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